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LAS FLORES DE LA GUERRA, de Zhang Yimou

-O cómo lo que yo quería desde un principio era reír-

Por un momento pensé que la película iba a tener un tono ligero, cuando en mitad del saqueo de Nankín por los japoneses –1937, doscientos mil muertos-, el azar cinematográfico reúne en la iglesia de Chesterfield –sí, como los cigarrillos- a un grupo de quince niñas chinas estudiantes en un colegio católico, a un embalsamador aventurero que cruza la ciudad en guerra para recoger el cadáver del cura  -le ha caído encima un obús y hay un socavón enorme en el patio de la iglesia-, a una cuadrilla de prostitutas del barrio rojo refugiadas en el último momento y, observando la escena desde fuera, a un capitán del ejército chino, único superviviente de su pelotón, que en vez de huir cuida de las niñas.

Ahí, por un momento, el espectador intuye el gran potencial cómico de la situación. Y pese a todo, la guerra es la guerra, y su caudal de crueldad y atrocidades disuelve en un par de escenas –el cine también es el cine- las expectativas humorísticas. Pero no me negarán que meter en el mismo saco una iglesia católica en China, las putas, las novicias y el embalsamador occidental y borrachín no tenía su punto.

Lo tenía.

A partir de este momento la peli es un drama propiamente dicho. Christian Bale es el único actor occidental del reparto, en general muy acertado en sus papeles. Hay imágenes de gran belleza usando el rosetón de la iglesia como punto de vista y la peli tiene momentos de buen cine –tanto escenas bélicas como dramáticas, pero desde mi punto de vista adolece de cierta incoherencia en cuanto al tono: no hay  armonía entre el humor que la situación esperpéntica fomenta  y la brutalidad transparente con que se muestra la guerra. Lope de Vega se mofaría de mi argumento.

Es, en definitiva, una peli que te mantiene en la silla, que  se deja ver con facilidad pese a momentos de gran dureza, pero no es una obra cerrada con maestría. Tampoco se puede dejar de mencionar la belleza de la actriz china Ni-Ni, o el corte delicioso de sus vestidos –ciertas tomas recuerdan a In the mood for love, de Wong Kar-Wai.

Sobre la alineación de Zhang Yimou con el poder establecido en China y el abandono de su acreditada independencia artística he leído palabras bastante gruesas. Tras dirigir en 2008 la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín, parece que el cine de este director concuerda bastante bien con la imagen de China que el gobierno pretende difundir. Me entran ganas de buscar Sorgo rojo, La semilla de crisantemo o La linterna roja, tres de sus primeras películas y hacerme una idea del Zhang Yimou transgresor y combativo. Mientras tanto, opiniones expertas serán bienvenidas. Hasta entonces, si no le pides más, la película entretiene y está hecha con oficio.

Pero no seduce.

Trailer:

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