«El director del coro permanecÃa de pie al lado del piano. Era un hombre flaco y calvo, no llevaba camisa aunque usaba un cuello de camisa blanco sucio (probablemente para absorber el sudor) y mantenÃa los ojos entrecerrados, como si rezara, mientras aporreaba violentamente el aire con los brazos… como si al aire, plagado de humo de cigarros y del olor a orina de la cerveza de barril barata, le resultara difÃcil moverse. El coro seguÃa la pista de sus brazos salvajes.
Un Dios escrupuloso o crÃtico, pensó Wilbur Larch, nos matarÃa a todos.»
En vez de un coro probablemente parroquial, el calvo y delgado director debería ser el lider de una banda de heavy metal. Un beso