«Finalmente se deshicieron del aparato. Enfermera Edna y la Sra. Grogan se estaban volviendo adictas, y Larch consideraba que para los huérfanos la televisión era peor que la religión organizada.
-Para cualquiera es mejor que el eter, Wilbur -protestó Enfermera Edna, pero Larch se mantuvo firme.»
Archivo del Autor: nuberoja9

12 AÑOS DE ESCLAVITUD, de Steve McQueen
-O cómo recordar que tal vez seamos hijos de Dios pero que venimos del infierno; y algo sobre el Blues-
Doce años de esclavitud es la película más dura que he visto en mucho tiempo, ¿verdad Maya? Vengo de verla ahora, que son las tantas, y no me voy a la cama, me voy a la tecla porque no puedo dejar que se me enfríe el escalofrío, no sé si me entienden.
Vengo de ver la esclavitud en su retrato más realista y crudo: la inteligencia inutilizada , la sensibilidad enterrada, la solidaridad destruida, la esperanza nula.
En todas las películas sobre esclavitud se genera la esperanza de huida, en esta ese deseo dura unos instantes antes de ser literalmente colgado por el cuello hasta la muerte por una banda de bárbaros zarrapastrosos –ignorantes hasta lo más profundo de sus tuétanos- cargados con escopetones; sus perros de caza de largas orejas y mejillas colgantes, mirando atónitos; el bosque deshilachado, chillando mudo.
Hace un año recuerdo haber visto Django Desencadenado, el western sudista de Tarantino, con algunas escenas terribles, pero joder la peli tenía su héroe, Django, que rescata a su mujer y culmina su venganza, con lo que te ibas a casa con sensación de haberles dado su merecido. La justicia poética de toda la vida, vaya.
Hoy no, hoy entré en el cine siendo un hombre negro y libre de Nueva York, fui secuestrado y vendido como esclavo, y solo he vuelto a casa con mi mujer y mis hijos tras doce años en una plantación de algodón de Louisiana, habiéndome sido arrebatado el último gramo de dignidad humana, sin el más remoto atisbo de justicia o venganza sobre mis torturadores -¿mis dueños, mis amos?-, sin opción alguna de cambiar el curso de la historia, estoy en el 1850 y faltan 15 años para la abolición de la esclavitud. No soy un héroe, no soy Django, en esta peli a los Djangos los habían linchado hacía tiempo y solo quedaba la realidad, es decir, el terror, la más absoluta indefensión.
Al respecto de la veracidad de las sensaciones que consigue generar el cine, esta peli, siendo incómoda de ver, te planta sin errar un milímetro en la desoladora amalgama emocional de un esclavo negro de los Estados Unidos. Peli incomoda -y amarga, que decía Quevedo- como lo es a veces la verdad. Así pues, siguiendo con la comparación, me quedo con Django, creo que es un magnífico cine; pero si alguien quiere hacerse algo más que una idea de lo que fue la esclavitud, esta es la peli. Un peliculón. Eso sí, no da respiro.
Respecto a las interpretaciones, todas son solventes pero por encima incluso del papel protagonista –Chiwetel Ejiofor defiende bien a Solomon Northup- destaca un Michael Fassbender imponente en su papel de dueño de plantación alcoholizado y poseído –existen, no hay más que ver las noticias- por el peor de los demonios.
Y la película tiene otro detalle que merece la pena adelantar: en el entierro de un compañero muerto, el grupo de esclavos entona una canción religiosa. Solomon Northup no ha nacido esclavo, de alguna manera se niega a cantar sus canciones, pero ese día acaba uniéndose al coro porque esa unión de voces, más allá del significado de su letra, expresa como ninguna otra cosa su dolor.
Y así, hablando de lo mismo y a la vez de otra cosa, esta noche he entendido de dónde viene el Blues.
Vean la película, hombres y mujeres nacidas libres, por lo que pueda venir.
Buenas noches.
Escena del entierro. Los actores que interpretan a los esclavos cantan Roll, Jordan, roll.

PRÍNCIPES DE MAINE, REYES DE NUEVA INGLATERRA, de John Irving
-O cómo un Dios juicioso indicaría a Gallardón que leyera esta reseña y después esta novela-
El Dr. Larch, acostada ya la tropa de huérfanos que tutela en el orfanato tras haberles leído un pasaje de David Copperfield, gritaba:
-¡Buenas noches! ¡Buenas noches, príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra!
Y me parece que en el frío interior, en la humedad permanente que debe suponer la orfandad, una llamita, una hebra caliente debía de encenderse en muchos corazones en el enorme dormitorio a oscuras. Llamar príncipes y reyes a los huérfanos, a los más desheredados, al conducirlos al miedo y la soledad de la noche es un gesto de una bondad y una inteligencia heroicas.
Ese es Wilbur Larch, un médico de principios del siglo XX que dirige un orfanato. Flanqueado por Enfermera Edna y Enfermera Ángela, mantiene además una isla en mitad del vacío donde las mujeres pueden abortar en condiciones de seguridad médica, si es esa su necesidad. También pueden dar a luz al bebé y entregarlo en adopción.
Así pues, la novela no escurre ningún bulto: la orfandad, el aborto, las convenciones sociales o la desobediencia a las leyes injustas son los temas que los personajes desarrollan en diversas direcciones. Si ante asuntos tan polémicos y personales a veces la afinidad ideológica sostiene al lector frente a textos pobres, no es este el caso: Príncipes de Maine… es una obra que se tiene en pie al margen de las opiniones personales, debido a la fortaleza de sus personajes y a su indudable calidad literaria.
Dicho esto, es una pena que en la vastísima inutilidad de su cultura, nuestro ministro Gallardón no haya sacado un rato para leerla. Escrita en 1985, fecha con significado en lo que al aborto en España se refiere, podía aprovecharle. Tal vez lo haya hecho y no le aprovechó; tal vez lo haga gracias a este blog y decida retirar su ley; tal vez le parta un rayo. Entiendo y asumo que las dos últimas posibilidades son improbables.
A este respecto me resulta terrible comprobar que en el tiempo vital que a uno le toca habitar las cosas pueden ir decididamente hacia atrás, a peor: la falacia del progreso. Javier Marías y Juan José Millas explicaban respectivamente la ruptura del pacto social y la violencia estructural en dos magníficos artículos de hace unas semanas, La baraja rota y Una gilipollez. Ambos altamente recomendables.
Volviendo a Irving, esta es mi segunda incursión en su universo. El mundo según Garp me pareció una novela repleta de hallazgos, con momentos de virtuosismo y un humor ácido y duro que hace de ella una novela a ratos imprevisible e inquietante. Príncipes de Maine es más clásica en su composición y –pese a su temática- más suave, más digerible porque Irving ha reducido mucho el grado de esperpento respeto a la anterior. Sin embargo, no me quedo esta vez con ganas de empezar inmediatamente otra novela suya: en mi mesita hay libros de Munro y de Proulx esperando, aunque reconozco que también tengo Personas como yo, la hasta ahora última novela de Irving, en la que aborda el tema de la transexualidad. Y es que me admira la capacidad de este escritor para meterse en argumentos de alta carga polémica, en argumentos –tal y como están las cosas- tan necesarios.
Así pues, tras dos novelas, Irving me parece un autor valioso, entretenido y ligero -que no fácil- de leer, al que uno puede confiar su atención y su sensibilidad durante unas horas sin arrepentirse.
Me quedo con este grito de amor y de insumisión ante esta realidad rastrera y alienante que consentimos:
-¡Buenas noches, príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra!
«La adolescencia», escribió Wilbur Larch, «¿se presenta cuando por primera vez en la vida descubrimos que tenemos algo terrible que ocultar a los que nos aman?
John Irving. Fragmento de Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra.
«El director del coro permanecía de pie al lado del piano. Era un hombre flaco y calvo, no llevaba camisa aunque usaba un cuello de camisa blanco sucio (probablemente para absorber el sudor) y mantenía los ojos entrecerrados, como si rezara, mientras aporreaba violentamente el aire con los brazos… como si al aire, plagado de humo de cigarros y del olor a orina de la cerveza de barril barata, le resultara difícil moverse. El coro seguía la pista de sus brazos salvajes.
Un Dios escrupuloso o crítico, pensó Wilbur Larch, nos mataría a todos.»
John Irving. Fragmento de Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra.
«A Eleanora Figg le bastó echar un vistazo al Infiniti de los Fair para catalogarlos como sibaritas que se alimentaban de pezuñas de camello y aceitunas importadas. Ella vivía a base de carne de vaca sacrificada en su propiedad, patatas hervidas y café solo. Siempre iba vestida con tejanos, botas pringadas de estiércol y un raído chaquetón impermeable. Cuando se conocieron, Mitchell pudo apreciar la notable fuerza de la anciana en el apretón de manos que le dio con sus dedos duros y ásperos.
-¿Qué tal tiene los dientes?- le preguntó Eleanora Figg-. ¿Bastante afilados?
-No lo sé- repuso Mitchell, desconcertado por la extravagante pregunta-. ¿Por qué?
-Siempre andamos buscando gente que nos ayude a castrar los corderos.»
Annie Proulx. Fragmento del relato Un hombre sale del bosque arrastrándose, en Tierra maldita..

DRIVE, de Nicolas Winding Refn
-O cómo conseguir que hasta el menos hortera de los públicos desee bordarse un escorpión amarillo en la espalda-
A raíz de la crítica de Blue Valentine –leer aquí-, mi amigo Fernando Calvo, que también está explotando el filón cinematográfico de Ryan Gosling, me recomienda Drive, y se produce esa maravillosa experiencia que de vez en cuando depara el cine y que consiste, antes de nada, en colocarte sumisamente en posición de ir a presenciar algo anodino, discretamente llamar tu atención después, abrirte los ojos sin que te des cuenta y en un momento dado sorprenderte, seducirte y dejarte al final, que ha llegado tan pronto, la sensación de agradecimiento que le queda a uno cuando la vida le entrega cosas hermosas de forma inesperada. La clave es la película, claro, pero en mi caso la magia del momento la pone la sorpresa. El milagro de lo inesperado, lo imprevisto, el descubrimiento, el regalo.
Y las sorpresas empiezan desde los títulos de crédito que, según me señala la experta en musicales de los ochenta que tengo en casa, son como los de Dirty Dancing, y con la banda sonora, a cargo principalmente de Cliff Martínez –baterista de Red Hot Chilly Peppers en sus dos primeros discos- pero con temas principales muy interesantes y que se conjugan a la perfección con la estética y la épica contenida de la película. El tema que abre el filme es Nightcall, de Kavisnky &Lovefoxxx, y te toca suavemente desde los créditos iniciales. Under Your Spell, de Desire, te seduce después, cuando ya sospechas que esta peli está muy pero que muy bien hecha. El sonido ochentero tiene el efecto de trasladar el argumento a otra época, de descontextualizarla y hacerla inquietante de alguna manera.
Otro elemento a destacar es que aparentemente es una película de coches, con el coñazo monumental en que suelen incurrir estos filmes echando carreras o persiguiéndose –hasta Jason Bourne aburre conduciendo, yo soy más de caballos- y en Drive se nos presenta la mejor y más emocionante persecución a motor que recuerdo. Porque Drive es una película de acción que no lo aparenta, que se revela bien avanzada la trama, con los personajes bien trabajados. Es, en ese sentido, una peli que me recuerda a Una historia de violencia, de David Cronenberg. Y es que me encantan los héroes que solo acceden a serlo tras ser realmente empujados a ello.
Llama la atención también el vestuario y –me señala mi amigo Orlando Gutiérrez, fotógrafo- la iluminación de las escenas. ¿El resultado? Unas atmósferas –casi todas interiores: pasillos, descansillos, ascensores- que para el espectador corriente –como el que escribe- tienen algo especial a lo que no sabemos poner nombre pero que casi seguro tiene que ver con colores, luces y sombras tratados con un innegable sentido estético.
En cuanto al reparto –Ryan Gosling y Carey Mulligan en la pareja protagonista- y varios secundarios muy acertados –Ron Pearlman, Bryan Cranston, protagonista de Breaking bad, Albert Brooks, Christina Hendriks, que encarna a Joan Harris en Mad Men.
Así que estamos ante un peliculón. No se puede dejar de decir que nuestro amigo Ryan tiene muy buen ojo para elegir proyectos y yo he de confesar que daría mi pata de palo por llevar una chupa con un escorpión amarillo bordado en la espalda.
Sin parecer un capullo, claro. Cosas del cine.
Recomendado:
Excelente artículo sobre la banda sonora de la película, del que tomo prestada información y enlaces, en JNSP.
«Sus brazos era un muestrario de animales salvajes, tatuajes borrosos de arañas, lobos enseñando los dientes, escorpiones, serpientes de cascabel. Me daba la impresión de que estaba de vuelta de todo tipo de guarrerías. Josanna se volvió loca por él la primera vez que estuvieron juntos, y también terriblemente celosa. Y cómo disfrutaba Elk viéndola así. Por lo visto era su manera de medir sus sentimientos y ponerlos a prueba. Cuando estás más que harta de la soledad, cuando solo quieres que alguien te abrace con fuerza y te diga que todo va bien, que ahora todo va bien, y te cae en suerte un tipo como Elk Nelson, deberías darte cuenta de que estás rebañando los últimos restos pegados al plato.»
Annie Proulx. Fragmento del relato Costa solitaria, en Bokeback mountain / En terreno vedado.

LAS FLORES DE LA GUERRA, de Zhang Yimou
-O cómo lo que yo quería desde un principio era reír-
Por un momento pensé que la película iba a tener un tono ligero, cuando en mitad del saqueo de Nankín por los japoneses –1937, doscientos mil muertos-, el azar cinematográfico reúne en la iglesia de Chesterfield –sí, como los cigarrillos- a un grupo de quince niñas chinas estudiantes en un colegio católico, a un embalsamador aventurero que cruza la ciudad en guerra para recoger el cadáver del cura -le ha caído encima un obús y hay un socavón enorme en el patio de la iglesia-, a una cuadrilla de prostitutas del barrio rojo refugiadas en el último momento y, observando la escena desde fuera, a un capitán del ejército chino, único superviviente de su pelotón, que en vez de huir cuida de las niñas.
Ahí, por un momento, el espectador intuye el gran potencial cómico de la situación. Y pese a todo, la guerra es la guerra, y su caudal de crueldad y atrocidades disuelve en un par de escenas –el cine también es el cine- las expectativas humorísticas. Pero no me negarán que meter en el mismo saco una iglesia católica en China, las putas, las novicias y el embalsamador occidental y borrachín no tenía su punto.
Lo tenía.
A partir de este momento la peli es un drama propiamente dicho. Christian Bale es el único actor occidental del reparto, en general muy acertado en sus papeles. Hay imágenes de gran belleza usando el rosetón de la iglesia como punto de vista y la peli tiene momentos de buen cine –tanto escenas bélicas como dramáticas, pero desde mi punto de vista adolece de cierta incoherencia en cuanto al tono: no hay armonía entre el humor que la situación esperpéntica fomenta y la brutalidad transparente con que se muestra la guerra. Lope de Vega se mofaría de mi argumento.
Es, en definitiva, una peli que te mantiene en la silla, que se deja ver con facilidad pese a momentos de gran dureza, pero no es una obra cerrada con maestría. Tampoco se puede dejar de mencionar la belleza de la actriz china Ni-Ni, o el corte delicioso de sus vestidos –ciertas tomas recuerdan a In the mood for love, de Wong Kar-Wai.
Sobre la alineación de Zhang Yimou con el poder establecido en China y el abandono de su acreditada independencia artística he leído palabras bastante gruesas. Tras dirigir en 2008 la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín, parece que el cine de este director concuerda bastante bien con la imagen de China que el gobierno pretende difundir. Me entran ganas de buscar Sorgo rojo, La semilla de crisantemo o La linterna roja, tres de sus primeras películas y hacerme una idea del Zhang Yimou transgresor y combativo. Mientras tanto, opiniones expertas serán bienvenidas. Hasta entonces, si no le pides más, la película entretiene y está hecha con oficio.
Pero no seduce.
Trailer: