-O cómo recordar que tal vez seamos hijos de Dios pero que venimos del infierno; y algo sobre el Blues-
Doce años de esclavitud es la película más dura que he visto en mucho tiempo, ¿verdad Maya? Vengo de verla ahora, que son las tantas, y no me voy a la cama, me voy a la tecla porque no puedo dejar que se me enfríe el escalofrío, no sé si me entienden.
Vengo de ver la esclavitud en su retrato más realista y crudo: la inteligencia inutilizada , la sensibilidad enterrada, la solidaridad destruida, la esperanza nula.
En todas las películas sobre esclavitud se genera la esperanza de huida, en esta ese deseo dura unos instantes antes de ser literalmente colgado por el cuello hasta la muerte por una banda de bárbaros zarrapastrosos –ignorantes hasta lo más profundo de sus tuétanos- cargados con escopetones; sus perros de caza de largas orejas y mejillas colgantes, mirando atónitos; el bosque deshilachado, chillando mudo.
Hace un año recuerdo haber visto Django Desencadenado, el western sudista de Tarantino, con algunas escenas terribles, pero joder la peli tenía su héroe, Django, que rescata a su mujer y culmina su venganza, con lo que te ibas a casa con sensación de haberles dado su merecido. La justicia poética de toda la vida, vaya.
Hoy no, hoy entré en el cine siendo un hombre negro y libre de Nueva York, fui secuestrado y vendido como esclavo, y solo he vuelto a casa con mi mujer y mis hijos tras doce años en una plantación de algodón de Louisiana, habiéndome sido arrebatado el último gramo de dignidad humana, sin el más remoto atisbo de justicia o venganza sobre mis torturadores -¿mis dueños, mis amos?-, sin opción alguna de cambiar el curso de la historia, estoy en el 1850 y faltan 15 años para la abolición de la esclavitud. No soy un héroe, no soy Django, en esta peli a los Djangos los habían linchado hacía tiempo y solo quedaba la realidad, es decir, el terror, la más absoluta indefensión.
Al respecto de la veracidad de las sensaciones que consigue generar el cine, esta peli, siendo incómoda de ver, te planta sin errar un milímetro en la desoladora amalgama emocional de un esclavo negro de los Estados Unidos. Peli incomoda -y amarga, que decía Quevedo- como lo es a veces la verdad. Así pues, siguiendo con la comparación, me quedo con Django, creo que es un magnífico cine; pero si alguien quiere hacerse algo más que una idea de lo que fue la esclavitud, esta es la peli. Un peliculón. Eso sí, no da respiro.
Respecto a las interpretaciones, todas son solventes pero por encima incluso del papel protagonista –Chiwetel Ejiofor defiende bien a Solomon Northup- destaca un Michael Fassbender imponente en su papel de dueño de plantación alcoholizado y poseído –existen, no hay más que ver las noticias- por el peor de los demonios.
Y la película tiene otro detalle que merece la pena adelantar: en el entierro de un compañero muerto, el grupo de esclavos entona una canción religiosa. Solomon Northup no ha nacido esclavo, de alguna manera se niega a cantar sus canciones, pero ese día acaba uniéndose al coro porque esa unión de voces, más allá del significado de su letra, expresa como ninguna otra cosa su dolor.
Y así, hablando de lo mismo y a la vez de otra cosa, esta noche he entendido de dónde viene el Blues.
Vean la película, hombres y mujeres nacidas libres, por lo que pueda venir.
Buenas noches.
Escena del entierro. Los actores que interpretan a los esclavos cantan Roll, Jordan, roll.