«Sus brazos era un muestrario de animales salvajes, tatuajes borrosos de arañas, lobos enseñando los dientes, escorpiones, serpientes de cascabel. Me daba la impresión de que estaba de vuelta de todo tipo de guarrerías. Josanna se volvió loca por él la primera vez que estuvieron juntos, y también terriblemente celosa. Y cómo disfrutaba Elk viéndola así. Por lo visto era su manera de medir sus sentimientos y ponerlos a prueba. Cuando estás más que harta de la soledad, cuando solo quieres que alguien te abrace con fuerza y te diga que todo va bien, que ahora todo va bien, y te cae en suerte un tipo como Elk Nelson, deberías darte cuenta de que estás rebañando los últimos restos pegados al plato.»
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WYOMING, de Annie Proulx
-O cómo mola que el western más molón lo escriban las mujeres-
Si uno tuviera memoria a largo plazo, el extraño fenómeno literario del verano de 2013 sería recordado durante largo tiempo –¿lo miden en años, lustros, décadas tal vez, los memoriosos?
Pero uno no dispone.
Y no disponiendo de herramienta tal –sobre este asunto ya me he explicado por extenso en otra entrada– un tipo como yo lo que hace es empezar un blog, llamarlo Líbridus para invocar a los libros, a los híbridos y a la libertad, y escribir en él sobre los tres magníficos especímenes literarios que cayeron en sus manos ese verano.
Después puede colocar lo leído en una nebulosa ajena al tiempo y dedicarse a disfrutar de la incalculable densidad del presente y de su inveterada a la par que estúpida confianza en la viabilidad del futuro –Antonio Gramsci lo llamaba el pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad.
Así que después de El mundo según Garp, de John Irving, y Mi vida querida, de Alice Munro, hoy escribo sobre Wyoming, de Annie Proulx, para arrebatar esta obra de las fauces de mi olvido y preservarla, simplemente porque lo merece.
Wyoming es en realidad una edición conjunta de tres libros de cuentos publicados por separado: Brokeback mountain / En terreno vedado, Tierra Maldita y Todo perfecto como está. 658 páginas editadas por Lumen a 28 euros. Considerando que se trata de tres libros distintos, aunque tengan evidentes conexiones, el precio no es excesivo: 9 euros la pieza.
El vínculo que vertebra todos los cuentos es la tierra donde tienen lugar, el estado de Wyoming, tierra de montañas y llanuras, testigo de las guerras indias, ganaderos, colonos, minería, naturaleza extrema, poblaciones remotas, pocos hombres y mujeres, rodeos, armas, caballos, republicanos, reses y vaqueros. Por lo tanto, Annie Proulx, para más señas nacida en Connecticut, costa este, escribe relatos de vaqueros: western.
Y esta es una de las primeras sorpresas que depara la lectura: el magistral desempeño de Proulx en la confección de personajes en los que la rudeza, la ignorancia, el desamparo o la brutalidad derivada de sus muy extremadas formas de vida, parecen difíciles de recrear de forma verosímil. Cuando leía Sutree, de Cormac McCarthy, la historia de una especie de bohemio, pescador e indigente en el Tennessee de los años cincuenta, me asaltó una admiración parecida: ¿Cómo demonios un escritor aprende cosas tan complicadas, tan radicalmente adosadas a la experiencia vital cotidiana de su personaje, cuando ese personaje tiene una vida que simple y llanamente está a años luz de la del escritor? ¿Cómo demonios sabe tanto Proulx de la vida de esos vaqueros dejados de la mano de dios, tan creíbles en sus relatos como inverosímiles en la realidad, sin ser una de ellos?
Pues lo sabe. O lo es. O se lo inventa. Lo importante es que, en todo caso, esos hombres y mujeres del oeste la convierten en una magnífica escritora.
Pero esto no es un western al uso –indios, vaqueros, pistoleros, el sheriff, la corista- sino un retrato más naturalista que simbólico del oeste a lo largo del siglo XX. Proulx despoja al western de su perspectiva épica clásica, de su heroísmo. Y queda la ignorancia, la brutalidad, el alcohol, el aislamiento, los rodeos y la naturaleza brava e indescriptible en su enorme poder, a la cual Proulx dedica párrafos muy bellos. Hace algunos años –en la polvareda de mi memoria es difícil calcular las distancias- tuve la oportunidad de cruzar los Estados Unidos de sur a norte y de subir algunas de sus montañas: la inmensidad de los espacios eriza la piel, el poder de la naturaleza -su fuerza creadora y destructora- se hace presente al instante, y esa naturaleza brutal también está en los relatos de Wyoming.
Mientras leía pensaba que tal vez cada libro de los tres que componen el volumen merecería su propia reseña. Escribo solo una pero es cierto que bien podrían ser tres. Desde mi punto de vista el mejor libro es el primero, Brokeback mountain/En terreno vedado, pero sin duda el volumen entero merece la pena. Para los desmemoriados como yo, no está de más recordar que el relato Brokeback mountain fue llevado al cine en 2005 por Ang Lee, y que su novela, The Shipping news, de 1993 y traducida como Atando cabos, ganó el premio Pulitzer y tuvo también su versión cinematográfica, protagonizada por Kevin Spacey con Julianne Moore, Cate Blanchett y Judi Dench. Casi nada.
Así que Wyoming, señoras y señores, ha sido la tercera gran lectura de este verano, increíblemente afortunado en muchas cosas pero además en lo literario. Ha sido una magnífica sorpresa toparme de nuevo con buenas historias del lejano oeste, con visiones originales de un universo tan lleno de tópicos. Y es un gustazo, claro que sí, que el western que más mola lo escriba una mujer.
Natural de Connecticut, para más señas.
¡Bien por Proulx!

MI VIDA QUERIDA, de Alice Munro
-O el Yukón en sentido contrario llevándose el verano-
Seamos francos desde el principio: no es –y a este respecto no cabe concebir ninguna duda- una lectura de verano. Hay varias razones de gran peso subjetivo que sustentan esta viga.
La primera puede parecer un tópico pero no lo es: yo, como lector, no me creo que en Canadá exista el verano. No he estado allí, es cierto, y parece ser que en el sentido meteorológico tienen incluso primavera y otoño además del invierno, pero al leer estos cuentos de Munro se te mete en la gorja una hebra afilada de viento que te atenaza el hálito. Y cualquiera que haya leído a Jack London –The call of the Wild, por ejemplo- reconoce como lector que esa hebra viene del Yukón, desde Alaska, donde pasan frío en agosto hasta los huskys.
La segunda razón es que estas narraciones son de una crudeza tal, que no me veo capaz de compatibilizarlas con la más que respetable a la par que lógica preocupación por la marca del bañador o del bikini. Yo lo veo así: si estás leyendo Mi vida querida y te despistas con que se te mete arena en la toalla, con la crema o con la ensaladilla, se te congelan las manos y cuando te quieres dar cuenta estás donde el socorrista o, en el peor de los casos, hay que amputar in situ, rodeado de curiosos estupefactos en traje de baño, en mitad de la Segunda del Sardinero.
Así que no veo razón para insistir más en lo que está meridianamente claro: Mi vida querida es una lectura de invierno, una colección de cuentos para leer con guantes. No hay en los cuentos barroquismo, no hay humor, no hay más rasgos de estilo que el escribir exactamente lo necesario para contar una historia, es decir, la depuración del estilo. Y todos los cuentos son un iceberg, todos ocultan más de lo que muestran, dejándome con la sensación de estar ante múltiples novelas por desarrollar.
Los cuentos se sitúan en un Canadá rural en torno a los años de la Segunda guerra mundial: costumbres y formas de vida y de relación desaparecidas ya, contadas como con un cuchillo de diseccionar el material narrativo: una historia sin interés aparente empieza a resultar apasionante, reveladora, llena de significado. Supongo que esa es la magia de la literatura, la maestría de narrador.
Lo que me llama la atención aquí no es una imaginación desbordante, un ingenio vivo o un lenguaje exquisitamente trabajado, lo que hay en estos cuentos es una historia cualquiera, y esa historia se convierte en manos de Munro en una peripecia única capaz de alojar dentro toda la humanidad de la Tierra. Me recuerda en algunos momentos a John Berger –Puerca Tierra, Una vez en Europa, Lila y Flag– en las atmósferas rurales y en los personajes extinguidos, ajenos ya al mundo del lector moderno.
Sentenciosamente cabría decir que para Munro no hay historias buenas y malas, personajes interesantes o no, sino que cada humano con su vivencia puede adquirir a través de la literatura el estatus de obra maestra. Cada vida merece una obra, sea cuento, novela, poema, canción o pintura. Munro, entre todas las vidas, escoge algunas que a mí me parecen difíciles de contar. Y las borda.
-Chapó, señora.