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«Algunas reglas son buenas, chico – le decía Wally besándole (lo que hacía a menudo, sobre todo en el agua)-. Pero algunas solo son reglas. Tienes que quebrantarlas prudentemente.»

John Irving. Fragmento de Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra.

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«-Oh, Señor, ayúdanos durante todo el día, hasta que las sombras se alarguen y llegue la noche… -empezó a decir la Sra. Grogan en voz baja, pero el Dr. Larch no quiso oirla.

-Cualquiera que sea la alternativa, si la hay… no es la oración -dijo.

-Para mí siempre ha sido una alternativa -dijo la Sra. Grogan desafiante.

-Entonces dígala para sus adentros -replicó Larch.»

John Irving. Fragmento de Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra.

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«Finalmente se deshicieron del aparato. Enfermera Edna y la Sra. Grogan se estaban volviendo adictas, y Larch consideraba que para los huérfanos la televisión era peor que la religión organizada.

-Para cualquiera es mejor que el eter, Wilbur -protestó Enfermera Edna, pero Larch se mantuvo firme.»

John Irving. Fragmento de Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra.

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Príncipes de Maine reyes de Nueva Inglaterra
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PRÍNCIPES DE MAINE, REYES DE NUEVA INGLATERRA, de John Irving

-O cómo un Dios juicioso indicaría a Gallardón que leyera esta reseña y después esta novela-

El Dr. Larch, acostada ya la tropa de huérfanos que tutela en el orfanato tras haberles leído un pasaje de David Copperfield, gritaba:

-¡Buenas noches! ¡Buenas noches, príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra!

Y me parece que en el frío interior, en la humedad permanente que debe suponer la orfandad, una llamita, una hebra caliente debía de encenderse en muchos corazones en el enorme dormitorio a oscuras. Llamar príncipes y reyes a los huérfanos, a los más desheredados, al conducirlos al miedo y la soledad de la noche es un gesto de una bondad y una inteligencia heroicas.

Ese es Wilbur Larch, un médico de principios del siglo XX que dirige un orfanato. Flanqueado por Enfermera Edna y Enfermera Ángela, mantiene además una isla en mitad del vacío donde las mujeres pueden abortar en condiciones de seguridad médica, si es esa su necesidad. También pueden dar a luz al bebé y entregarlo en adopción.

Así pues, la novela no escurre ningún bulto: la orfandad, el aborto, las convenciones sociales o la desobediencia a las leyes injustas son los temas que los personajes desarrollan en diversas direcciones. Si ante asuntos tan polémicos y personales a veces la afinidad ideológica sostiene al lector frente a textos pobres, no es este el caso: Príncipes de Maine… es una obra que se tiene en pie al margen de las opiniones personales, debido a la fortaleza de sus personajes y a su indudable calidad literaria.

Dicho esto, es una pena que en la vastísima inutilidad de su cultura, nuestro ministro Gallardón no haya sacado un rato para leerla. Escrita en 1985, fecha con significado en lo que al aborto en España se refiere, podía aprovecharle. Tal vez lo haya hecho y no le aprovechó; tal vez lo haga gracias a este blog y decida retirar su ley; tal vez le parta un rayo. Entiendo y asumo que las dos últimas posibilidades son improbables.

A este respecto me resulta terrible comprobar que en el tiempo vital que a uno le toca habitar las cosas pueden ir decididamente hacia atrás, a peor: la falacia del progreso. Javier Marías y Juan José Millas explicaban respectivamente la ruptura del pacto social y la violencia estructural en dos magníficos artículos de hace unas semanas, La baraja rota y Una gilipollez.  Ambos altamente recomendables.

Volviendo a Irving, esta es mi segunda incursión en su universo. El mundo según Garp me pareció una novela repleta de hallazgos, con momentos de virtuosismo y un humor ácido y duro que hace de ella una novela a ratos imprevisible e inquietante. Príncipes de Maine es más clásica en su composición y –pese a su temática- más suave, más digerible porque Irving ha reducido mucho el grado de esperpento respeto a la anterior. Sin embargo, no me quedo esta vez con ganas de empezar inmediatamente otra novela suya: en mi mesita hay libros de Munro y de Proulx esperando, aunque reconozco que también tengo Personas como yo, la hasta ahora última novela de Irving, en la que aborda el tema de la transexualidad. Y es que me admira la capacidad de este escritor para meterse en argumentos de alta carga polémica, en argumentos –tal y como están las cosas- tan necesarios.

Así pues, tras dos novelas, Irving me parece un autor valioso, entretenido y  ligero -que no fácil- de leer, al que uno puede confiar su atención y su sensibilidad durante unas horas sin arrepentirse.

Me quedo con este grito de amor y de insumisión ante esta realidad rastrera y alienante que consentimos:

-¡Buenas noches, príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra!

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«La adolescencia», escribió Wilbur Larch, «¿se presenta cuando por primera vez en la vida descubrimos que tenemos algo terrible que ocultar a los que nos aman?

John Irving. Fragmento de Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra.

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«El director del coro permanecía de pie al lado del piano. Era un hombre flaco y calvo, no llevaba camisa aunque usaba un cuello de camisa blanco sucio (probablemente para absorber el sudor) y mantenía los ojos entrecerrados, como si rezara, mientras aporreaba violentamente el aire con los brazos… como si al aire, plagado de humo de cigarros y del olor a orina de la cerveza de barril barata, le resultara difícil moverse. El coro seguía la pista de sus brazos salvajes.

Un Dios escrupuloso o crítico, pensó Wilbur Larch, nos mataría a todos.»

John Irving. Fragmento de Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra.

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EL MUNDO SEGÚN GARP, de John Irving.

-O cómo mi mujer dice que me parezco a Garp y yo no estoy de acuerdo-

El mundo según Garp se publicó en 1978. Y aquí se hace evidente que no se encuentra usted, ocupado lector, ante la reseña de una primicia. En mi defensa he de decir que esto no es del todo atribuible a negligencia por mi parte, dado que yo mismo, el tipo de la reseña, nací en 1978.

Pongamos que más o menos en 1988 leía a Verne y a Salgari, en 1998 leía a Cortazar y a Valle-Inclán, en 2008 leía a Riechmann y a Cormac McCarthy -que entre otros méritos es el escritor con más ces en su nombre de la historia de la literatura- y ahora, en 2013, acabo de empezar a leer a John Irving. La reseña llega tarde, sí, pero es en buena parte debido a mi juventud, y eso me hace sentir modestamente reconfortado.

Ustedes pueden, si hace décadas que conocen a John Irving, ponerse a leer –desde su serena madurez o incluso su bien llevada senectud- cualquier otra reseña de este blog, que contiene recomendaciones realmente interesantes, independientemente de la edad que ustedes feliz o tristemente tengan, o bien valorar si comparten sus opiniones sobre El mundo según Garp con el chavalito que firma estas líneas.

Y lo cierto es que, como es habitual y bueno y sano, pero no denota gran personalidad como lector, llego a leer la obra por recomendación de la lectora de mi casa, que además se muere de risa mientras lee –solo durante la primera mitad del libro, matiza ella- y me encuentra parecidos con el tal Garp, lo cual termina sutilmente por convencerme de que debo leer el libro. Pero no se trata de narcisismo, señores. Se trata de autoconocimiento, introspección y desarrollo de la inteligencia intrapersonal.

Entonces El mundo según Garp es una novela de escritores: un escritor, Irving, crea a un personaje escritor, Garp, que escribe muchas cosas a lo largo de su vida. Algunas de ellas son capítulos de sus novelas, cartas, anotaciones, un cuento fundacional en la obra de Garp, un principio de novela negra espeluznante, discursos… Otros textos son escritos por otros personajes sobre la obra de Garp: cartas recibidas, fragmentos de críticas literarias, fragmentos de textos de su madre, autora de un best seller de corte feminista…

Se trata, por tanto, de una obra ambiciosa en su armazón, quijotesca por la introducción de múltiples relatos en la trama central, en la que Irving muestra una variedad de registros bastante impresionante.

El trabajo del escritor, la creación de una carrera literaria, la crítica literaria o la acción política adquieren un tono satírico al sumergirse el personaje en el esperpento de la vida cotidiana. Pero el humor se acaba llegado un punto, como si la carcajada que nos ha dejado una sonrisa en la boca y los ojos confiados se tornara muy lentamente en  mueca de incredulidad y, finalmente, vencida toda esperanza de humor, en un gesto hirsuto. Esto me resultó realmente chocante porque hasta cierto punto el tipo se carga el tono de la novela, un tono que funciona y al que ha acostumbrado al lector. Por eso parece que a veces Irving juega un poco a “mira lo que sé hacer…”, como si se reivindicara como escritor en esta novela.

Hay mucho más que decir: el sexo, la relación con su madre, con su mujer, con sus hijos, la transexualidad –año 1978, atención-, el feminismo: la novela es enjundiosa, lo suficiente como para que en mi casa esté danzando ya el tocho de Las normas de la casa de la sidra (Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra), del que hablaré seguramente en los próximos meses. Garp merece la pena, de eso no hay duda, pero no estoy de acuerdo, aunque a los dos nos publicaran en el mismo año, no se parece a mí. Sólo recuerda un poco.

Garp electrónico sobre mesa nocturna

Garp electrónico sobre mesa nocturna

En cine y en concierto:

  • Glenn Close debuta en el cine en 1982 con la adaptación de El mundo según Garp, junto a Robin Williams.
  • Ellen James Society es una banda cuyo nombre hace referencia a las Ellenjamesianas, grupo feminista radical cuyas integrantes se cortaban la lengua como protesta ante la violencia machista. Dicho grupo pertenece a la ficción creada por Irving.
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