Michelle Williams sobre fondo de google
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BLUE VALENTINE, de Derek Cianfrance

-O cómo a mis amigos les fue todo mal-

La verdad es que nunca me apetece ver una película como Blue Valentine hasta que la veo. Entonces me arrepiento de no ser más riguroso con mis deseos, más exigente en cuanto a la calidad, a la veracidad del cine que deseo ver. Y es que muchas veces quiero pasto. No quiero arte, no quiero vida, quiero pasto. Por supuesto que prefiero el pasto bueno y que me aburre el malo, pero incluso en el aburrido encuentra consuelo mi momento de abulia.

Soy un cinéfilo de videoclub desde que las obligaciones familiares –los hijos pequeños- han  convertido la escapada al cine en algo muy poco habitual, y a la hora de elegir una peli siempre acabo cayendo en la sección de acción o suspense, a la espera de una hora y media –o más, cómo me gustan las pelis eternas- de cerebro absorbido por una trama rápida, excitante y a ser posible con una buena dosis de heroísmo lo menos manido posible. Ese es mi pasto favorito.

Pero a veces no soy yo quien elige la película y atravieso rachas de buen cine involuntario, del que suelo quejarme en la intimidad pero que en realidad me alimenta el espíritu, aunque después me cueste conciliar el sueño porque me deja el cerebro encendido durante un rato. Y en una de esas me he encontrado con Blue Valentine.

Pareja joven y excéntrica con una hija encantadora, aparentemente felices, dotado él de una simpatía especial, travieso, infantil, adorablemente inmaduro,  ella atractiva, cariñosa, capaz, un poco misteriosa, la cría alegre y energética. Todos ellos personajes con los que rápidamente conectas, con los que empatizas, a los que deseas un buen argumento –bueno en sentido moral, no cualitativo- un argumento que les haga sufrir pero que les recompense tras todas las desgracias.

Los actores son Ryan Gosling y Michelle Williams. A él le conozco de Los idus de marzo, junto a George Clooney, a ella no la conocía –parece ser que ha hecho  dignamente de Marilyn- pero ambas interpretaciones sostienen la película. Para los amantes de The Wire, tenemos a John Doman –el comisario Rawls- en un papel secundario.

Y el asunto es una relación de pareja. Hay momentos muy descarnados y algunos muy divertidos vistos a través de un cristal de humor muy negro. Hay diálogos muy logrados y el guión es solvente. Me parece una buena película. Relaciones de pareja tan de verdad que duelen. Decididamente no se trata de pasto. Pero es dura. Bien dura. Como es a veces la vida. Y pese a ello -o precisamente por ello- merece la pena verla.

Trailer:

Banda sonora a cargo de Grizzly Bear:

«Shift»

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