«A Eleanora Figg le bastó echar un vistazo al Infiniti de los Fair para catalogarlos como sibaritas que se alimentaban de pezuñas de camello y aceitunas importadas. Ella vivía a base de carne de vaca sacrificada en su propiedad, patatas hervidas y café solo. Siempre iba vestida con tejanos, botas pringadas de estiércol y un raído chaquetón impermeable. Cuando se conocieron, Mitchell pudo apreciar la notable fuerza de la anciana en el apretón de manos que le dio con sus dedos duros y ásperos.
-¿Qué tal tiene los dientes?- le preguntó Eleanora Figg-. ¿Bastante afilados?
-No lo sé- repuso Mitchell, desconcertado por la extravagante pregunta-. ¿Por qué?
-Siempre andamos buscando gente que nos ayude a castrar los corderos.»
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«Sus brazos era un muestrario de animales salvajes, tatuajes borrosos de arañas, lobos enseñando los dientes, escorpiones, serpientes de cascabel. Me daba la impresión de que estaba de vuelta de todo tipo de guarrerías. Josanna se volvió loca por él la primera vez que estuvieron juntos, y también terriblemente celosa. Y cómo disfrutaba Elk viéndola así. Por lo visto era su manera de medir sus sentimientos y ponerlos a prueba. Cuando estás más que harta de la soledad, cuando solo quieres que alguien te abrace con fuerza y te diga que todo va bien, que ahora todo va bien, y te cae en suerte un tipo como Elk Nelson, deberías darte cuenta de que estás rebañando los últimos restos pegados al plato.»
Annie Proulx. Fragmento del relato Costa solitaria, en Bokeback mountain / En terreno vedado.
«La casa remolque que había alquilado era vieja. Más bien era una caravana para enganchar a un coche, tan pequeña que no había sitio para maldecir al gato sin que se te llenara la boca de pelos. Cuando soplaba el viento oía chocar estrepitosamente contra el suelo las piezas que se le iban cayendo. Se la había alquilado a Oakal Roy. Él hablaba de sus tiempos de esplendor, allá por los años cincuenta, cuando trabajaba de especialista en Hollywood. Estaba matándose a fuerza de beber. Un perro con las costillas al aire merodeaba por allí, supongo que sería suyo, y cierta vez que regresé a altas horas de la noche lo oí agazapado royendo un hueso de vaca largo y sanguinolento. Oakal Roy tendría que haberle pegado un tiro a aquel perro.»
Annie Proulx. Fragmento del relato Costa solitaria, en Bokeback mountain / En terreno vedado.

WYOMING, de Annie Proulx
-O cómo mola que el western más molón lo escriban las mujeres-
Si uno tuviera memoria a largo plazo, el extraño fenómeno literario del verano de 2013 sería recordado durante largo tiempo –¿lo miden en años, lustros, décadas tal vez, los memoriosos?
Pero uno no dispone.
Y no disponiendo de herramienta tal –sobre este asunto ya me he explicado por extenso en otra entrada– un tipo como yo lo que hace es empezar un blog, llamarlo Líbridus para invocar a los libros, a los híbridos y a la libertad, y escribir en él sobre los tres magníficos especímenes literarios que cayeron en sus manos ese verano.
Después puede colocar lo leído en una nebulosa ajena al tiempo y dedicarse a disfrutar de la incalculable densidad del presente y de su inveterada a la par que estúpida confianza en la viabilidad del futuro –Antonio Gramsci lo llamaba el pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad.
Así que después de El mundo según Garp, de John Irving, y Mi vida querida, de Alice Munro, hoy escribo sobre Wyoming, de Annie Proulx, para arrebatar esta obra de las fauces de mi olvido y preservarla, simplemente porque lo merece.
Wyoming es en realidad una edición conjunta de tres libros de cuentos publicados por separado: Brokeback mountain / En terreno vedado, Tierra Maldita y Todo perfecto como está. 658 páginas editadas por Lumen a 28 euros. Considerando que se trata de tres libros distintos, aunque tengan evidentes conexiones, el precio no es excesivo: 9 euros la pieza.
El vínculo que vertebra todos los cuentos es la tierra donde tienen lugar, el estado de Wyoming, tierra de montañas y llanuras, testigo de las guerras indias, ganaderos, colonos, minería, naturaleza extrema, poblaciones remotas, pocos hombres y mujeres, rodeos, armas, caballos, republicanos, reses y vaqueros. Por lo tanto, Annie Proulx, para más señas nacida en Connecticut, costa este, escribe relatos de vaqueros: western.
Y esta es una de las primeras sorpresas que depara la lectura: el magistral desempeño de Proulx en la confección de personajes en los que la rudeza, la ignorancia, el desamparo o la brutalidad derivada de sus muy extremadas formas de vida, parecen difíciles de recrear de forma verosímil. Cuando leía Sutree, de Cormac McCarthy, la historia de una especie de bohemio, pescador e indigente en el Tennessee de los años cincuenta, me asaltó una admiración parecida: ¿Cómo demonios un escritor aprende cosas tan complicadas, tan radicalmente adosadas a la experiencia vital cotidiana de su personaje, cuando ese personaje tiene una vida que simple y llanamente está a años luz de la del escritor? ¿Cómo demonios sabe tanto Proulx de la vida de esos vaqueros dejados de la mano de dios, tan creíbles en sus relatos como inverosímiles en la realidad, sin ser una de ellos?
Pues lo sabe. O lo es. O se lo inventa. Lo importante es que, en todo caso, esos hombres y mujeres del oeste la convierten en una magnífica escritora.
Pero esto no es un western al uso –indios, vaqueros, pistoleros, el sheriff, la corista- sino un retrato más naturalista que simbólico del oeste a lo largo del siglo XX. Proulx despoja al western de su perspectiva épica clásica, de su heroísmo. Y queda la ignorancia, la brutalidad, el alcohol, el aislamiento, los rodeos y la naturaleza brava e indescriptible en su enorme poder, a la cual Proulx dedica párrafos muy bellos. Hace algunos años –en la polvareda de mi memoria es difícil calcular las distancias- tuve la oportunidad de cruzar los Estados Unidos de sur a norte y de subir algunas de sus montañas: la inmensidad de los espacios eriza la piel, el poder de la naturaleza -su fuerza creadora y destructora- se hace presente al instante, y esa naturaleza brutal también está en los relatos de Wyoming.
Mientras leía pensaba que tal vez cada libro de los tres que componen el volumen merecería su propia reseña. Escribo solo una pero es cierto que bien podrían ser tres. Desde mi punto de vista el mejor libro es el primero, Brokeback mountain/En terreno vedado, pero sin duda el volumen entero merece la pena. Para los desmemoriados como yo, no está de más recordar que el relato Brokeback mountain fue llevado al cine en 2005 por Ang Lee, y que su novela, The Shipping news, de 1993 y traducida como Atando cabos, ganó el premio Pulitzer y tuvo también su versión cinematográfica, protagonizada por Kevin Spacey con Julianne Moore, Cate Blanchett y Judi Dench. Casi nada.
Así que Wyoming, señoras y señores, ha sido la tercera gran lectura de este verano, increíblemente afortunado en muchas cosas pero además en lo literario. Ha sido una magnífica sorpresa toparme de nuevo con buenas historias del lejano oeste, con visiones originales de un universo tan lleno de tópicos. Y es un gustazo, claro que sí, que el western que más mola lo escriba una mujer.
Natural de Connecticut, para más señas.
¡Bien por Proulx!
«La topografía del propio Scrope consistía en una cabeza grande de cabello rapado, un bigote rubio platino, una espalda destrozada por una galopada tipo taladro neumático a lomos de un pinto de orejas pingajosas, corcoveante y dado a pegarse a los cercados, sobre el que John Wrench había apostado correctamente, dos décadas atrás, que Scrope no conseguiría mantenerse, unos pies destrozados por toda una vida de calzar apretadas botas de vaquero, y unos brazos simiescos cuyas muñecas ningún puño de camisa llegaría a acariciar. Sus facciones, la boca pequeña y bien cincelada y los ojos de color agua, tenían un aspecto comprimido, pero los musculosos hombros y el pecho torneado proclamaban una fortaleza masculina que había atraído a no pocas mujeres en el transcurso de los años. Su matrimonio, breve y sin descendencia, se vino abajo en una hora. A partir de entonces Car se dedicó a mirar la luna a través de una botella noche tras noche, a ver vídeos porno y a comer, además de grandes cantidades de carne de vaca y de cerdo, comida basura en envases de plástico que le provocaba picantes sarpullidos y retortijones intestinales cargados de hebras anaranjadas, como si hubiera comido y digerido un zorro.»