«A Eleanora Figg le bastó echar un vistazo al Infiniti de los Fair para catalogarlos como sibaritas que se alimentaban de pezuñas de camello y aceitunas importadas. Ella vivía a base de carne de vaca sacrificada en su propiedad, patatas hervidas y café solo. Siempre iba vestida con tejanos, botas pringadas de estiércol y un raído chaquetón impermeable. Cuando se conocieron, Mitchell pudo apreciar la notable fuerza de la anciana en el apretón de manos que le dio con sus dedos duros y ásperos.
-¿Qué tal tiene los dientes?- le preguntó Eleanora Figg-. ¿Bastante afilados?
-No lo sé- repuso Mitchell, desconcertado por la extravagante pregunta-. ¿Por qué?
-Siempre andamos buscando gente que nos ayude a castrar los corderos.»